Cuando nos marcamos un objetivo, incluso si lo tenemos muy claro en la mente, a veces sentimos que algo nos impide alcanzarlo. En muchos casos, la dificultad no está en el objetivo en sí, sino en la exigencia con la que nos tratamos. Nos imponemos metas tan altas que terminamos bloqueándonos ante los obstáculos que aparecen en el camino.
Recuerdo el caso de una persona que vino con un propósito muy concreto: quería pedir perdón a un compañero de trabajo. Sabía lo que debía hacer y cómo hacerlo, pero había algo interno que lo frenaba. Se había propuesto disculparse directamente cara a cara, pero no lograba dar ese paso. Lo posponía un día y otro.
Entonces, exploramos otra forma: en lugar de fijar un “súper objetivo” inalcanzable en un solo salto, ¿qué pasaría si lo desglosaba en pequeños pasos más asequibles?. Primero escribió un mensaje, después se atrevió a llamar por teléfono y mantener algunas conversaciones previas. Más tarde aceptó un encuentro en persona y, finalmente, pudo pedir perdón cara a cara. De esta manera, alcanzó su objetivo. No de golpe, sino a través de aproximaciones graduales que le permitieron liberarse de un peso enorme y seguir avanzando. Igual que cuando aprendemos a montar en bicicleta: primero con ruedines, luego sin ellos, hasta que finalmente avanzamos sin apoyo y con seguridad.
Te invito a mirar con atención las exigencias que te pones y a desglosarlas en pequeños pasos que te acerquen, con más ligereza y confianza, a lo que de verdad deseas.



